¿Cuántos discos debe uno hacer para hacer uno?

A veces las canciones te visitan y deciden quedarse. Otras veces, en cambio, uno tiene que salir a la calle a buscarlas, rastrearlas, perseguirlas, pelear con ellas, convencerlas de que deben vivir contigo, de que te pertenecen por un tiempo, de que es por su bien. La génesis de cada disco es diferente a la anterior y sus partos son particulares, siempre.
“Reverbville” (2016), el primer largo en solitario de Conde, tuvo un alumbramiento apacible, gestado alrededor de un concepto claro. Era una historia en sí mismo, con sus personajes, su atmósfera, su propio lenguaje.
Fue un disco que nació muy rápido y creció muy lentamente. Su proceso de composición fue veloz. En menos de un mes estaban terminadas las canciones, aunque su grabación llevó varios meses y su edición aún más.
En el caso de “El deshielo”, su nuevo disco y primero en el sello Error 404, el proceso fue totalmente diferente. Compuso alrededor de 50 canciones nuevas y replanteó el disco hasta en tres ocasiones sin encontrar lo que estaba buscando. Hubiera sido fácil continuar por el mismo sendero que marcaba el trabajo anterior, pero “Reverbville” era una obra acabada y cerrada, sin caminos de salida. Había que empezar algo nuevo. Urgentemente.
Algunos discos necesitan productores, ya que los creadores no siempre son los más adecuados para asumir dicha tarea. Miguel Marcos, líder de Le Voyeur, tomó las riendas de la producción y empezó a vislumbrar el camino a seguir. Se desecharon montones de canciones y se compusieron otras nuevas. Incluso se recuperaron canciones archivadas en cajones del pasado, casi olvidadas. Con permiso de Tom Waits, Scott Walker, Elvis, Leonard Cohen, Nick Cave, Bob Dylan, Richard Hawley, Bowie, el krautrock, el easylistening, el spoken-word, Berlín, Nueva Orleáns, Torremolinos, Malasaña y Nueva York, se pusieron manos a la obra y dieron forma a lo que ahora, por fin, es “El deshielo”.
El nuevo largo de Conde se grabó en varios estudios y finalmente se puso en manos de Giuseppe di Gloria, que lo mezcló y masterizó como solo él sabe, con talento y oficio. Es un álbum que se mueve entre lo experimental y lo sentimental, lo profundo y lo frívolo. Con momentos dramáticos y otros repletos de sentido del humor, es un disco político
–que no ideológico– y a la vez está cargado de romanticismo. Es emocional, descriptivo, lujoso, austero, directo y, de alguna manera, poético. La enésima demostración de talento y vocación de un músico cuya larga y fructífera trayectoria –más de tres décadas en la brecha– obliga a prestar toda la atención posible.